REFLEXIÓN
El
hombre maduro no dramatizar ante los obstáculos que encuentra al llevar a
cabo cualquiera de los proyectos que se propone. Su diálogo interior suele ser
sereno y objetivo, de modo que ni él mismo ni los demás suelen depararles
sorpresas capaces de desconcertarle. Mantiene una relación consigo mismo que es
a un tiempo cordial y exigente. Raramente se crea conflictos interiores, porque
sabe zanjar sus preocupaciones buscando la solución adecuada. Tiene confianza
en sí mismo, y si alguna vez se equivoca no se hunde ni pierde su equilibrio
interior.
En
las personas inmaduras, en cambio, ese diálogo interior de que hablamos suele
convertirse en una fuente de problemas: al no valorar las cosas en su justa
medida —a él mismo, a los demás, a toda la realidad que le rodea—, con
frecuencia sus pensamientos le crean falsas expectativas que, al no cumplirse,
provocan conflictos interiores y dificultades de relación con los demás.
Una
persona madura y equilibrada tiende a mirar siempre con afecto la propia vida y la de los demás.Contempla toda la realidad que le rodea con deseo de enriquecimiento interior, porque quien ve con cariño descubre siempre algo bueno en el objeto de su visión.
El hombre que dilata y enriquece su interior de esa manera, dilata y enriquece su amor y su conocimiento, se hace más optimista, más alegre, más humano, más cercano a la realidad, tanto a la de los hombres como a la de las cosas.
Empieza a manifestarse la madurez cuando sentimos que nuestra preocupación es mayor por los demás que por nosotros.
Aprendamos asumir nuestra responsabilidad con madures, a pedir disculpas, Del error se aprende, nadie nació sabiendo. Aprender a ser nobles, sencillos para eso Dios nos dio la sabiduría para pensar, meditar, dialogar y vivir en paz. Dios nos ama a pesar de todo.
Por algo suceden las cosas, No conocemos los caminos que Dios nos tiene preparado.
Después de la tempestad viene la calma y con la calma la paz, la unión y el amor entre hermanos.
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